Monday, November 21, 2011

Otra vida


Llegó a la nueva ciudad en un día lluvioso, con 2 maletas pesadas y con la cabeza llena de dudas y telarañas. Era de noche por lo que la ciudad permaneció siendo un misterio por lo menos por un día más. Este será tu cuarto, le dijeron. Una cama individual, un escritorio, un buró, un librero y paredes limpias, "a empezar desde cero" se dijo. El día siguiente consistió en encontrarse y perderse por los pasillos de la universidad, ese edificio le pareció un laberinto sin fin, la dejó un poco abrumada. Decidió tomarse un descanso e ir por un café. Pidió su latte y se sentó en el sillón más cómodo que pudo encontrar. Vio el sol a través de la ventana y sonrió. Esta distancia era justo lo que necesitaba para enfriar ese amor sin sentido y se disolviera ese hechizo en el que estaba inmersa desde hace ya 2 años. Esta ciudad sin memoria sería testigo del nacimiento de otra mujer.

Un eco de esperanza resonó en su corazón. Algo en ella le dijo que nunca volvería a sentir que no era suficiente, ni para ella ni para otro hombre. Es imposible vivir con esas agujas en el alma que susurran lo incompleta que eres. Esas voces que le continuaban diciendo incesanmente que algo le falta cuando lo único que ella sintió es que siempre le sobraban las cosas; las palabras, el cariño, la pasión, los abrazos no dados.
Inhaló y exhaló, cerró los ojos como siempre lo había hecho cuando el mundo giraba demasiado rápido. Se unió a sus compañeros de nuevo. Pensó en su nombre, pero se prohibió decírselo, ese nombre que había pronunciado tantas veces, que se lo repetía como mantra, que se susurraba llorando en las noches. Ese nombre tan pesado, ya no lo arrastraría más.

Regresó a su habitación, sacó de una maleta el portaretratos con la foto de Malena y de Silvia. Lo puso en el buró. Era la única foto que se permitió traer. Recordó sus cuerpos haciéndose cada vez más pequeños por el pasillo del aeropuerto despidiéndose de ella. El aire frío que se colaba por la ventana le hizo pensar en los pasillos helados del Hospital Concordia por los que caminó durante casi un mes, tratando de sentirse mejor. Las voces de los doctores taladrándole el cerebro; es estrés, es cansancio, es depresión post-parto, es un transtorno bipolar. Qué afán de nombrar su enfermedad, pensaba ella. "Estoy rota" se decía, Malena le decía "dale tiempo", Silvia la abrazaba sin decir una palabra por miedo a dejar escapar el llanto. Sólo hace unos días vio luz por fin cuando una carta llegó, ya no recordaba haber mandado esa carta, tanto había pasado en tan poquito tiempo. "Accepted" se repitió hasta que lo entendió y empacó sus maletas pese a las recomendaciones de todos sus especialistas. "Cómo se hace una tan joven de tanto doctor tan caro" pensaba siempre al enlistar a sus médicos. Besó a su madre y a su hermana y dejo lo conocido, lo difícil y lo que le dolía sin dudarlo siquiera un minuto.

 Acomodó su ropa en el clóset y se dispuso a instalarse en su nueva vida. Una vida donde no había perdido a su bebé, donde no había conocido al hombre que la rechazó, donde no se le habían acabado las lágrimas, donde no se había deseado muerta. Otra vida.

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