Haciéndome conciente de las repercusiones de ignorar a Freud, siempre busqué identificar aquellos patrones de comportamiento que ciclaban mi vida o me obligaban a vivir la misma historia que aquellas personas que quiero y se equivocaron. Es por eso que lo que respecta a los hombres no me quise ver como otra Electra cualquiera. No quería elegir al hombre que representara esa figura paterna con la que crecí. Ese padre que tanto quise y aun quiero pero que me ha hecho tanto daño de una manera pasiva-agresiva. No con la acción sino con la ausencia, con la falta de, mi padre me ha derrumbado queriendo o incluso sin quererlo.
Desde muy joven supe que no quería un hombre que me hiciera sentir mal o poco, que acudiera al chantaje o a la decepción para hacerme portarme de cierto modo. Desde muy joven aprendí que no quería que nadie me hiciera lo que yo creo mi papá logró hacerle a mi mamá. Mi mamá, ese espíritu fuerte y cálido, independiente y radiante, cuya luz temblaba con las medias palabras y sentimientos del hombre que fue su marido. No quería que nadie me apagara, que nadie me engañara, que nadie me dijera te quiero y al mismo tiempo poco a poco se alejara de mí.
Gran parte de mis divagaciones adolescentes se centraron en buscar razones por las que mi mamá se envenenó de esta persona que la hizo sentir tanto dolor. No es que mi papá sea tóxico pero simplemente era alguien que no la dejaba ser como era, que no la apreciaba tal cual era, era alguien que la limitaba y que succionaba demasiada energía.
Creo que por mis primeros años de vida mi papá fue tan bueno conmigo que parte de mí sigue intrigada de este cambio de alma que lo hizo olvidarse poco a poco de nosotros. Con los años ese hombre que conocí se esfumó y tuve entonces que encontrarme otros papás sustitutos que me hicieran tener fé en los hombres. Los encontré en la forma de tíos, de personajes de películas pero sobre todo y de manera automática en la forma de mi abuelo.
Mi abuelo, ese roble de hombre, estoica figura de rectitud y estabilidad. Mi abuelo que me compraba M & M´s en Estados Unidos, cuando no se podían importar a México, mi abuelo que me daba un abrazo de oso protector, el patriarca, el que siempre tiene respuestas. Desde entonces, siempre he tratado de hacerlo sentir orgulloso de mí y creo estar en lo correcto al decir que en estos últimos años no lo he logrado del todo.
Somos personas tan diferentes, mi abuelo y yo, como la vida y la muerte. A él le gusta cazar animales, a mí me molesta la caza y pesca deportiva teniendo supermercados, se me hace una crueldad. Él puede llegar a enojarse con alguien y no volverle a hablar o mantener su coraje por días, yo prefiero olvidar a veces y perdonar casi siempre. Mi abuelo es disciplina y yo soy tan dispersa, me cuesta trabajo mantener la cabeza en una sola cosa. Mi abuelo no entiende el arte moderno, lo confunde, a mi me encanta estar confundida. Mi abuelo y yo somos tan distintos.
Mi abuelo y yo estamos hechos de la misma materia. Somos directos, tercos y perseverantes en aquello que nos interesa. Tenemos un espíritu caritativo y sensible pero él lo demuestra con fuerza y yo con lágrimas. A ambos nos crispa la injusticia y no tememos ser agresivos por aquellas cosas por las que vale la pena luchar. Somos personas honestas, justas, fieles…únicas.
Finalmente encontré a un hombre con el que estoy dispuesta a quedarme, un hombre que siempre me sorprende, al que admiro, alguien con el que me siento protegida y querida. Hace días me vino a la mente la idea de cómo tratando de esquivar un modelo paterno acabé buscando otro y veo en este hombre los defectos y virtudes de este hombre tan magnífico que es mi abuelo y me aterra y consuela al mismo tiempo.