Thursday, March 27, 2008

Quisiera


Quisiera poder pintar

mis tristezas.

Pintar mis nostalgias de

color violeta,

mis hubieras de verde olivo,

mis decepciones de amarillo mostaza.

Pintar un cuadro bello en dolor.

Pintar y dejarlo colgado

en mi cuarto.

Pintarlo,

dejarlo,

desprenderlo por fin de mí.

May it be


May life be sorrow and loss,

tears and anxiety,

may it be also light

after so much darkness,

may it be more,

never less that this.

UN BRINDIS


Brindo por los

cuchillos abstractos,

por las palabras no dichas,

por las ganas de huir.

Brindo por llorar sin razón,

por llorar con razones de sobra,

por querer más de lo debido.

Brindo por sentirse mal

en un día nublado,

por extrañar algo hasta que duele,

por buscar sin encontrar.

Brindo por los hubieras,

por lo que no fue,

por lo que nunca será.

Brindo por el cariño desperdiciado,

por las miradas no correspondidas.

Brindo por aquello que me hace daño,

por mis herramientas para hacer daño,

por ser otra y por no cambiar.

21 de marzo


Aquí no llega la primavera. El aire es denso y el blanco es vacío, es ausencia…La gente camina pálida y arrastrada por el viento, no hay carcajadas, nadie se habla. Aquí el frío es un estado de ánimo. En la tele se anuncia un calor paradisíaco, palmeras, mar, arena y fuego, pero todo se ve como un destino muy lejano. Creo que la apatía es un virus muy común en estos lugares, todo mundo está enfermo y padece como yo de una muy generalizable calma y una vida tan sosa que de pronto no se te antoja despertarte.

Tu espíritu muta, te vuelves más callada, más tranquila, menos roja y más azul cielo. Aquí donde no llega la primavera los pensamientos se ciclan, se vuelven inútiles, las ideas se esfuman con el viento, los sueños se hacen más densos, las vidas se detienen. Y luego el silencio, el sol y el calor en mis venas, un súbito grito; ¡aquí estoy, aquí sigo! La primavera está en mí.

Monday, March 24, 2008

¿Qué tan Sylvia?



Estaba viendo un documental de Sylvia Plath; de su trágico fin, de sus angustias, de sus demonios, de su vida tan parecida a la de tantas…a la mía. Hablaban repetidamente de su deseo de perfección, de cómo esta cualidad se fue haciendo su defecto, de cómo la llevó a meter la cabeza en el horno, literalmente. Hablaban de su depresión de manera tan fresca, cómo se habla del precio del petróleo hoy en día, como decidir qué ropa te vas a poner, como si eso no fuera algo íntimo, algo personal y oscuro, como si no mereciera ninguna solemnidad. Se mencionó la repentina ira de Sylvia hacia su esposo y hacia su madre, ¿qué acaso eso es extraño? ¿No debemos tener rabia al saber que nuestro esposo nos es infiel? ¿No nos debería volver poquito locas tan siquiera? Creo que en el asunto de la madre, todos tenemos algún rencor o asunto pendiente hacia por lo menos un miembro de nuestra familia. Conforme veía un poco más de este escueto documental más la entendía y en cierta manera más me sentía ella, lo que me asustó un poco. ¿Tendremos todas las escritoras algún deseo suicida escondido en alguna parte de nuestra mente? ¿Será acaso posible encender el switch que nos permita terminar nuestro sufrimiento? A veces me pregunto si su fin es será tan diferente al mío, si voy por el mismo camino, si hay manera de detenerlo, si estoy bien, si me digo mentiras, si me las creo. Si…si seré capaz.

Evitando a Freud


Haciéndome conciente de las repercusiones de ignorar a Freud, siempre busqué identificar aquellos patrones de comportamiento que ciclaban mi vida o me obligaban a vivir la misma historia que aquellas personas que quiero y se equivocaron. Es por eso que lo que respecta a los hombres no me quise ver como otra Electra cualquiera. No quería elegir al hombre que representara esa figura paterna con la que crecí. Ese padre que tanto quise y aun quiero pero que me ha hecho tanto daño de una manera pasiva-agresiva. No con la acción sino con la ausencia, con la falta de, mi padre me ha derrumbado queriendo o incluso sin quererlo.
Desde muy joven supe que no quería un hombre que me hiciera sentir mal o poco, que acudiera al chantaje o a la decepción para hacerme portarme de cierto modo. Desde muy joven aprendí que no quería que nadie me hiciera lo que yo creo mi papá logró hacerle a mi mamá. Mi mamá, ese espíritu fuerte y cálido, independiente y radiante, cuya luz temblaba con las medias palabras y sentimientos del hombre que fue su marido. No quería que nadie me apagara, que nadie me engañara, que nadie me dijera te quiero y al mismo tiempo poco a poco se alejara de mí.
Gran parte de mis divagaciones adolescentes se centraron en buscar razones por las que mi mamá se envenenó de esta persona que la hizo sentir tanto dolor. No es que mi papá sea tóxico pero simplemente era alguien que no la dejaba ser como era, que no la apreciaba tal cual era, era alguien que la limitaba y que succionaba demasiada energía.
Creo que por mis primeros años de vida mi papá fue tan bueno conmigo que parte de mí sigue intrigada de este cambio de alma que lo hizo olvidarse poco a poco de nosotros. Con los años ese hombre que conocí se esfumó y tuve entonces que encontrarme otros papás sustitutos que me hicieran tener fé en los hombres. Los encontré en la forma de tíos, de personajes de películas pero sobre todo y de manera automática en la forma de mi abuelo.
Mi abuelo, ese roble de hombre, estoica figura de rectitud y estabilidad. Mi abuelo que me compraba M & M´s en Estados Unidos, cuando no se podían importar a México, mi abuelo que me daba un abrazo de oso protector, el patriarca, el que siempre tiene respuestas. Desde entonces, siempre he tratado de hacerlo sentir orgulloso de mí y creo estar en lo correcto al decir que en estos últimos años no lo he logrado del todo.
Somos personas tan diferentes, mi abuelo y yo, como la vida y la muerte. A él le gusta cazar animales, a mí me molesta la caza y pesca deportiva teniendo supermercados, se me hace una crueldad. Él puede llegar a enojarse con alguien y no volverle a hablar o mantener su coraje por días, yo prefiero olvidar a veces y perdonar casi siempre. Mi abuelo es disciplina y yo soy tan dispersa, me cuesta trabajo mantener la cabeza en una sola cosa. Mi abuelo no entiende el arte moderno, lo confunde, a mi me encanta estar confundida. Mi abuelo y yo somos tan distintos.
Mi abuelo y yo estamos hechos de la misma materia. Somos directos, tercos y perseverantes en aquello que nos interesa. Tenemos un espíritu caritativo y sensible pero él lo demuestra con fuerza y yo con lágrimas. A ambos nos crispa la injusticia y no tememos ser agresivos por aquellas cosas por las que vale la pena luchar. Somos personas honestas, justas, fieles…únicas.
Finalmente encontré a un hombre con el que estoy dispuesta a quedarme, un hombre que siempre me sorprende, al que admiro, alguien con el que me siento protegida y querida. Hace días me vino a la mente la idea de cómo tratando de esquivar un modelo paterno acabé buscando otro y veo en este hombre los defectos y virtudes de este hombre tan magnífico que es mi abuelo y me aterra y consuela al mismo tiempo.

Anette


Anette tenía nombre de cristal cortado. De esos nombres que no puedes tocar del todo sin llegar a quebrar. Era pálida y su cabello era color rojo pecado. Su persona imponía sin embargo su voz era suave y en la mayoría de las ocasiones ella se dedicaba a asentir con la cabeza y a suspirar en las conversaciones de los demás. Todo parecía aburrirla. Anette tocaba el piano desde los 5 años, de lunes a viernes iba religiosamente a clases de piano. Su maestro era un señor que debió ser en sus tiempos de gloria un reconocido concertista y ahora sólo era un hombre con el ceño fruncido que daba clases particulares por necesidad más que por gusto. Aunque el piano era algo impuesto por sus padres, Anette disfrutaba las clases ya que ese señor tenía más pensamientos en común con ella que probablemente cualquier persona que ella conociera. Durante esa hora al día ella sólo tocaba o se dejaba aconsejar sobre técnica, sentimiento y movimiento con las palabras sabias de este añejado talento.
Anette tenía dos hermanas; Mariela y Violeta. Ambas con intereses bastante secos y carentes de profundidad. Ninguna de ellas era tan bonita o atractiva como Anette sin embargo disfrazaban su mediocre apariencia con vestidos caros y más adelante con maquillaje y joyas por lo que finalmente pasaban como mujeres aparentemente guapas. Su madre era hermosa como una diosa griega sin embargo carente de un pensamiento propio, siempre atenta a los deseos de su esposo o a los caprichos de sus hijas por lo que Anette minimizó su presencia caracterizándola como una marioneta con los hilos bien atados a su titiritero. Su padre era inteligente, por lo menos eso le quedó claro en un principio, era también atractivo y seductor, a veces rayando en los límites de lo moralmente aceptado. Ella se sentía extraña a esa familia, ajena a sus pleitos, sus alegrías y sus desventuras. Siempre pensó que alguna pareja sin dinero debió haberla dejado en la puerta de esa familia tan adinerada y que en realidad era hija de un músico y de una actriz que carentes de fortuna decidieron abandonarla.