Capítulo II
Es otro día, otro humor, otro mes, otro y parece todo lo mismo. Mi cerebro se acostumbró a la tristeza, dice mi doctor que se hizo adicto y el término clínico se llama depresión. A mí nunca me gustó esa palabra, se hizo de vieja rica que no tiene problemas y decide fabricárselos para entretenerse. Mi psiquiatra dice que es muy normal, todo es muy normal, pero no sabía que sentirme normal era sentirme así de jodida. Me recomendó escribir en ti, diario, para ayudarme a sanar, dice que no platico lo suficiente. Pero es que platicar es como ponerle limón a una herida: auuuuuchhhhh. Que se me hace que es un recurso del doctor para declararme loca de atar y poder encerrarme y ya no tener que ver mi cara sin expresión.
Mi cara, mi cara que solía tener infinidad de movimiento. Mi cara con arrugas que se hicieron de tanto reirme, de tanto enojarme, de tanto llorar. Y lo prefiero así ya me había cansada de llorar y de sentir y de enojarme con la vida, gracias a Dios por estas pastillitas que me dio el doctor. Si algo es verdad es que en este estado me siento adormecida y nada me importa lo suficiente para enojarme, y antes que me enojaba tanto, ¿quién iba a pensar que yo no tuviera nada que decir? que iba a llegar el momento en que me secara.