A veces, porque no siempre es saludable, me gusta voltear y recordarme lo que he sido. La idea de mujer que tenía en la cabeza que debía hacer, las personas que hacían mi estómago revolverse, los años, los viajes, la mirada cambiante. Es importante voltear al pasado con un cristal de por medio, uno muy claro, que sea realista y no nostálgico porque entonces olvidas todo el dolor que tu pasado guarda, te cuestionas y vuelves a viejos hábitos que no son exactamente un paso adelante. Me recuerdo entonces que los pasos que he dado no han sido en vano, que hay algo más profundo y valiente en mí, algo que me hace fuerte, diferente, que me aleja de las ninfas, de los sueños y los quizás. Pero sólo por un momento es ser la que fui es reconfortante, tenía tantas certezas, mis miedos eran insípidos, nada tenía y entonces nada temía perder. Que que soy es más frágil, más intensa, si es que eso se puede lograr, más plantada en la tierra. No fue algo que decidí, fue algo que pasó naturalmente, soy por fin una persona, algo tangible, no una idea, no una prueba, soy yo ésta que toma las riendas de su vida, que decide donde vivirla. Sin embargo, a veces voltear y recordarme ajena a tanta responsabilidad, tan ensimismada, es agradable, me hace sentir que todo valió la pena, sólo por darme mis 5 minutos de agonía y melodrama y despertar, crecer y amar.
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